sábado, 1 de diciembre de 2007

REVOLVIENDO ENTRE LAS SOBRAS

José Ignacio García Martín

Gracias a Sobras completas viví mi primer Sant Jordi desde el otro lado del mostrador; el lado de los autores. Días después, presentamos oficialmente la criatura en El Corte Inglés. Las sobras al completo y completamente sobrados; nuestros quince minutos de gloria terrenal.
Mi relato Aria había encontrado su hogar, un habitáculo de 190 páginas compartido con otros 24 colegas. No es una mansión ostentosa, ni rica en lujos ornamentales, pero sí lo es en desparpajo, atrevimiento e imaginación. Además, como dijo el poeta Leontini, hay más sabiduría en el codo apoyado contra la barra de una taberna que en los zapatos brillantes que pisan la alfombra de un palacio.
Así que allí se quedó a vivir este trocito de mi imaginación, junto a los de Matías, Elisa, Franco, Carmen, Noelia, Enrique, Raúl, José, Faidit, Giovanni, José A., María M., Noema, María H., José Miguel, Faustino, Rodrigo, Inés, Serafín, Max, Pablo, Roberto y Helena; todos bien avenidos bajo el inquilinato de nuestro buen casero Lluc.
De cómo nació y cómo vive Aria, sabréis si seguís leyendo.



Aria: la historia real de un relato ficticio

En la contracubierta de Sobras completas puede leerse: “Los cuentos que componen esta antología nunca han sido premiados”.
Esta afirmación, aparte de ser una atrevida declaración de intenciones y un reclamo reivindicativo para despertar el interés de los lectores alienados o acomodados, se ha terminado revelando también como una premonición invertida o una llamada de atención encubierta.
Con semejante aclaración no sólo se alude al derecho que todo autor inédito posee a ser leído, sino que es asimismo un taimado acicate para el propio escritor, quizá un mensaje de aliento para evitar el riesgo de apoltronarse en esa cierta marginalidad elitista o ese malditismo conspicuo cultivado por no pocos literatos como antídoto contra la impopularidad. Igualmente, le recuerda al lector perezoso y adicto a lo convencional que también los autores reconocidos y laureados que hoy revientan las listas de ventas fueron en su día sobras completas, textos anónimos, versos ninguneados o prosas residuales.
Lo de la premonición paradójica lo digo por todo lo que me sucedió a partir de la creación de mi relato Aria, la pieza incluida en el volumen Sobras Completas, que da nombre y sentido a este blog.
Como sucede con muchas historias pertenecientes al género del suspense, la idea de partida surgió en función del desenlace. No os diré nada sobre el mismo, claro está, para no romperle la magia del relato a quien no lo haya leído, salvo que se trata de un final sorprendente y espectacular, heredero innegable de mi pasión cinematográfica.
Convencido de que aquel ocurrente final necesitaba una trama que le diera sentido, construí el argumento inspirándome fundamentalmente en la película Encadenados, una de mis preferidas del maestro Alfred Hitchcock. De este filme apasionante y ejemplar extraje la sensación del miedo más inquietante, que es el menos vehemente y truculento, es decir, el que parte de quien maneja los hilos del mal y se esconde tras la máscara de la cordialidad, el carisma o incluso la respetabilidad.
Los villanos de Aria son nazis, pero no son soldados. Son, como los inquietantes anfitriones de Cary Grant e Ingrid Bergman en Encadenados, señores bien vestidos y de modales exquisitos; alimañas sibilinas capaces de alardear su misantropía con dulzura de hada madrina.
En cuanto al personaje protagonista, lo que tenía claro es que debía ser cantante de ópera (si leéis el cuento comprenderéis por qué lo digo de este modo tan tajante). Podría haber sido un tenor, pero me hubiera obligado a crear un personaje masculino, y pensé que una mujer podría transmitir una sensación mayor de antagonismo y presunta indefensión en semejante contexto.
Y así fue como surgió también, casi de forma mecánica, el título del relato, que no podía ser otro que Aria, palabra que contiene en su polisemia dual la quintaesencia de la historia, o sea, el canto y la raza, el arte y el fanatismo, la belleza y el holocausto.
Para construir a Andrea Spinola, mi valiente soprano, eché mano de lo cercano y conocido, tomando prestados el coraje y la fidelidad de una muy querida amiga para prestárselos a mi heroína de ficción, y el resultado, como se verá, fue perfecto (¡Gracias, Merche!).
Así pues, mientras Aria daba sus primeros pasos —aquellos que le acabarían llevando hasta el barrio de Gràcia—, resultó que un editor de Madrid ya se disponía a ofrecerme su propuesta para lo que sería finalmente mi primer libro, Pantanos de la cordura.
Parecía que este breve relato de nazis y bel canto empezaba a tener propiedades de talismán. Por eso no pude resistir la tentación de presentarlo a un concurso literario, sabiendo además que sería leído y valorado por un jurado de primer nivel.
Los presentimientos se cumplieron, y gané el premio. Esto me reportó, aparte del orgullo y la emoción pertinentes, una notable propina que se tradujo en la primera “cuesta abajo de enero” de mi vida. Además, el galardón llevaba aparejada la posibilidad de formar parte del jurado en la siguiente edición del concurso, una experiencia francamente interesante.


Aquí estoy, haciendo de jurado como un tipo serio y respetable, junto a Antonio Hernández, Rosa Regàs, Andrés Sorel y Juan Manuel de Prada

Y a partir de aquí, todo lo demás, en cascada, en tropel, a borbotones… Una esporádica aproximación al universo infantil con El fantasma de Buravia, tertulias, charlas, presentaciones, la Feria del Libro de Madrid, la crítica de cine en RKB, más tertulias, más charlas, más presentaciones, el pregón en las fiestas del pueblo de mis padres y de mis años mozos, Bolero envenenado, y ahora… el futuro.


Firmando en la Feria del Libro de Madrid, verano de 2006


En la presentación de "Bolero envenenado", bien acompañado por Fausto Guerra y Franco Chiaravalloti

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